Uno de los mejores viajes de mi vida fue a Italia, en un verano que nunca olvidaré.
Nunca olvidaré sus helados de pistacho, frambuesa, mango y limón con unos cucuruchos de infarto. Nunca olvidaré sus calles estrechas, sus plantas en los balcones, sus casitas bajas y de colores pastel, sus fachadas rugosas, algunas destartaladas por el paso del tiempo con un encanto que te quiere contar la historia de cada persona que pasó por allí. No olvidaré sus carreteras cerca del mar, sus vespas, el pelo al viento y sus fuentes salpicándonos por sorpresa. No olvidaré su armonía en ese desorden tan romántico ni su monumentos. No olvidaré el sabor de la albahaca, de todos sus tipos de pasta siempre al dente y ese parmesano que me hace cosquillas en el paladar cuando me lo imagino.
Nunca olvidaré Italia, ni ese Ciao Amore que me dijo.